Chimpances
Los chimpancés iban directos a su campamento. Entonces, cuando debían de estar a unos 40 o 50 metros, se hizo el silencio. Pasaron unos segundos antes de que Sanz y Morgan oyeran un ligero «¡uh!» procedente de un árbol situado justo encima de ellos. Levantaron la vista y vieron un chimpancé adulto que los miraba perplejo.
Cuando los chimpancés salvajes encuentran humanos, suelen huir despavoridos. Es normal, dado que la relación entre las dos especies siempre ha sido de presa y depredador. Esa desconfianza hacia los humanos es uno de los motivos por los que resulta tan difícil estudiar a los chimpancés en libertad. Antes de empezar a estudiarlos, hay que acostumbrarlos a no salir huyendo cada vez que ven a una persona, un proceso de habituación que requiere muchos años de seguirlos pacientemente por el bosque.
Una cosa que nadie espera que un chimpancé no habituado haga cuando se encuentra con un humano es llamar a todos sus compañeros. Pero eso fue exactamente lo que sucedió. Al cabo de un momento apareció otro chimpancé. Después, un tercero, y al instante, un cuarto. Poco a poco, las copas de los árboles se fueron llenando de gritos frenéticos. Puede que Morgan y Sanz fueran los científicos, pero eran los chimpancés los que se comportaban como si hubieran hecho un gran descubrimiento. El grupo se quedó toda la noche en las ramas, sobre el campamento, observando con gran interés cómo los investigadores encendían el fuego, montaban las tiendas y preparaban la cena.